viernes, 7 de octubre de 2016

José Bretón y la paradoja de la humanidad inhumana.

     El gran problema de hoy en día no es más que el desprecio a la dignidad humana. Y no digo en todos los humanos hacia el resto, pero sí en muchas de las personas que hay a nuestro alrededor. Os propongo una prueba: preguntad a vuestra gente más cercana (incluso a vosotros mismos) si donaríais sangre sabiendo que iría destinada a José Bretón o a alguno de los violadores de San Fermín. La respuesta en muchos casos será que no. Obviamente es una suposición o, más bien, una intuición, pero que no creo que esté desencaminada. La respuesta obedecería, claramente, a los actos horribles que han llevado a cabo estos seres, de los que no cabe duda a ningún humano que haya desarrollado cierta moral de corte cristiano-occidental.
     ¿Qué son esos seres aborrecibles? Sin duda, son personas, nos guste o no nos guste y como tal, a pesar de sus actos inmundos, siguen poseyendo cualidades humanas de nacimiento. ¿La dignidad se pierde? Sin duda, lo que se pierde es la gracia (en un contexto cristiano) o el uso del libre albedrío, cuando estamos poseídos por una moral oscura. Pero poseemos unos valores (aunque ennegrecidos por nuestros actos) que son inalienables. Imborrables. Como digo, aunque nos hayamos perdidos y estemos condenados.
     Como digo, esto provoca que aunque sean seres que merezcan nuestro desprecio, siguen siendo personas y debemos tener esperanza en su conversión, en que recuperen lo perdido, en que limpien su humanidad y pasen a formar parte del común humano con moral. Como tal, nadie debería negar la ayuda a otra persona, aunque haya sido el peor ser del mundo. Esta ayuda no significa ausencia de castigo, pues la penitencia por sus errores debe ser severa (o eso creo). Sin embargo, la ayuda debe ir de la mano de la penitencia. Son, repito, personas.
     Sin embargo, la gente negaría ayuda a estos seres y, además, desearían su muerte, a pesar, como dice Gandalf en El Señor de los Anillos de que no puedan darla. Hay, en definitiva, un desprecio a la vida humana siempre que el otro sea distinto o haya tenido un comportamiento que consideramos deleznable. Nunca pensamos que el que yerra puede reconciliarse consigo mismo y con la sociedad. Nunca se piensa en que dicha persona es, ante todo, persona; un igual que merece esperanza.
     Cuando seamos capaces de tener esto en cuenta, posiblemente el mundo sea mejor.

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