En
Abril del año pasado me aventuré a agrupar en un documento de Word todos los
conceptos que implicarían un nuevo sistema de organización mundial. Donde
hablaba directamente del Cosmopolitismo, Internacionalismo, Mundialismo, Anacionalismo
y Globalismo. Haciendo tan solo una mención a la idea de por qué es necesario
explorar alguna de estas alternativas al sistema actual.
En
ese documento mencionaba la idea de crear instituciones democráticas de
carácter supranacional para hacer frente a problemas que van más allá de los
propios estados ya que a día de hoy quienes tienen la capacidad de afrontarlos
no se ven interesados en ello.
¿Por
qué es necesaria la cooperación internacional?
Vivimos
en un mundo donde el 65%
de la población nunca ha
hecho una llamada telefónica, el 40% no tiene ni siquiera acceso a la
electricidad, más de 1.200 millones de seres humanos no tienen acceso al agua potable y 1.000 millones carecen de vivienda estimable.
En este mismo mundo hay entre 80.000 y 100.000 personas que mueren cada día por
causas fácilmente evitables como son el hambre y la sed.
Todos
estos desoladores datos están localizados en zonas muy concretas del planeta,
como son África, América latina y Asia. Además, debemos sumar a estos datos
otros muchos de carácter medioambiental. Más de 17 millones de hectáreas de
bosques en el mundo son destruidos cada año, más de 3000 millones de toneladas
de dióxido carbono se emiten cada año a la atmósfera. Hay más de 1000 especies
de animales y 2000 especies de flora en grave peligro de extinción o amenazadas
por las actividades del hombre. La tasa de extinción de especies ha aumentado
en un 100% en los últimos años.
Como
decía en el segundo párrafo, ni el hambre ni los problemas medioambientales
entienden de Estados. Es decir, no dependen de las decisiones tomadas en un
consejo de ministros. Por ejemplo: se estima que
desde que el hombre mide la temperatura hace unos 150 años (siempre dentro
de la época industrial) esta ha aumentado 0,5 °C y se prevé un aumento de
1 °C en el 2020 y de 2 °C en el 2050. Evidentemente un solo estado no
puede hacer frente a esta situación, únicamente se encuentra capacitado para
legislar en su contra. Es insuficiente.
En
1972 hay 113 países miembros de la ONU que ven necesaria una cumbre que suponga
un punto de inflexión en el desarrollo de la política internacional del
medioambiente, denominada “Cumbre de la Tierra de Estocolmo”. Veinte años más tarde, esta vez en Río de
Janeiro, 172 gobiernos y diversas ONG constituyeron la segunda cumbre de la
Tierra sobre medio ambiente. En esta cumbre se habla de las fuentes alternativas
de energía, del apoyo al transporte público y de la escasez de Agua. El logro
más reconocido de esta cumbre fue la Convención Marco sobre el Cambio
Climático, que más tarde llevaría al Protocolo de Kioto sobre el cambio
climático.
El
Protocolo de Kioto es un acuerdo internacional que tiene por objetivo reducir
las emisiones de los seis gases de efecto invernadero que causan el
calentamiento global, como son el dióxido de carbono, el gas metano o el óxido
nitroso. Lo malo es que esto solo es la teoría.
Estados
Unidos, con apenas el 4 % de la población mundial, consume alrededor del
25 % de la energía fósil y es el mayor emisor de gases contaminantes del
mundo. Su ex presidente Bill Clinton firmó el acuerdo de Kioto pero el congreso
de los EEUU no lo ratificó, en 2001 Bush se retiró del protocolo. España se
comprometió a limitar el aumento de sus emisiones un máximo del 15 % en
relación al año base, en 2005 ya era del 52%. Canadá abandonó el protocolo en
2011 para no pagar las multas por incumplimiento. En 2013 se abre un segundo
periodo que ratifica lo acordado en Kioto que tendrá fin en 2020, Sin embargo,
este proceso denotó un débil compromiso de los países industrializados, tales
como Estados Unidos, Rusia
y Canadá, los cuales decidieron
no respaldar la prórroga.
A
pesar de las buenas intenciones de la Organización de las Naciones Unidas y de
algunos estados como Ecuador, que ha presentado varias propuestas de
cooperación ambiental, nuestro planeta sigue sin un proyecto rígido y
respetable que aborde los problemas medioambientales.
Ahora vamos
a hablar del hambre. El 11 de octubre de
2010, se calculó que el número de personas mal alimentadas en el mundo es más
de mil millones, sobre el total
de 7 mil millones de habitantes que hay en el mundo.
La mayoría de las muertes por hambre
se deben a la desnutrición permanente.
Las familias sencillamente no tienen suficientes alimentos (o tal vez no
cuentan con recursos para adquirirlos debido a su carestía). Esto, a su vez, se
debe a la extrema pobreza.
Alguna de las iniciativas contra el hambre son la Cumbre Latinoamericana sobre
Hambre de 2005 que pide un compromiso de los países para erradicar el hambre y
otras como la Cumbre mundial contra el hambre de 2006 que dan como fruto una
declaración firmada por 113 países.
Tras la insuficiencia de estas
cumbres la Organización para la Agricultura y la Alimentación lanza un proyecto
para presionar a los gobiernos a erradicar el hambre. Al mismo tiempo que el
Programa Mundial de Alimentos también lanza una iniciativa bajo el nombre de
Transferencias de efectivo y cupones para alimentos. Con esta herramienta, el
PMA está beneficiando a las personas vulnerables en lugares donde los mercados
tienen alimentos disponibles pero la población carece de dinero para pagarlos. De
nuevo, resulta insuficiente.
Además del medioambiente y el hambre
hay que hablar de otros muchos aspectos. Como la salud, tratada desde la
Organización Mundial de la Salud, la justicia en caso de crímenes de guerra,
llevada a cabo por un tribunal mundial, y la fiscalidad.
A pesar de que la OCDE y la ONG hacen
una gran labor en la presión contra los paraísos fiscales y la evasión en
general, hay al menos 73 paraísos de este tipo alrededor de todo el mundo. Cada
año se pierden en ingresos fiscales 190.000 millones de dólares, que se suman a
los más de 7’6 billones. y no solo eso, los datos revelan que 9 de cada 10 de
las 200 empresas más grandes del mundo tiene presencia en al menos un paraíso
fiscal.
Yo considero que en materia fiscal
la única lucha no debe ser el fin de los paraísos sino la elaboración de un
plan fiscal internacional. Quizás esté planteamiento sea una burrada, pero
considero que sin democracia económica y sin soberanía no podrá haber
democracia. Es sencillo poner en marcha un proyecto de redistribución de la
riqueza en todos aquellos lugares donde haya una administración, ya sea local,
autonómica o Estatal. Simplemente hay que subir los impuestos a las rentas más
altas y bajárselo a las más bajas. Esto no es posible a nivel mundial ya que
carecemos de dicha administración o institución.
Es
decir, no solo hay que acabar con los paraísos fiscales y la evasión fiscal, sino
que hay que poner en marcha un plan de redistribución de la riqueza, ya que la
mayor tasa de desigualdad no se da en ciudades, comunidades autónomas o
estados, sino entre países del mundo. Según los últimos datos que ofreció Oxfan
Intermón, a día de hoy el 0,7 de la población mundial posee el 45,2% del
capital mundial. Advirtiendo, además, de un "aumento
descontrolado de la desigualdad" que lastra la lucha contra la pobreza
en todo el mundo.
Los
estados más empobrecidos no pueden hacer frente a la pobreza por si solos.
Países como Níger, Etiopía, Mali o Burkina Faso (Los 4 más pobres del mundo
según el IPM) no pueden emprender políticas de crecimiento debido a la deuda
contraída con el FMI, Banco mundial u otros. 1.600 millones de dólares en el
caso de Níger.
En cuanto a la soberanía, el
planteamiento es parecido. A pesar de que vivimos supuestamente en democracia,
donde los ciudadanos eligen que proyecto político, económico y social quieren
para su territorio. Nuestros gobernantes se tienen que enfrentar a un factor
que en muchas ocasiones es contrario a su intención política, la dependencia
económica. Nadie duda de la importancia que supone para un territorio tener un
número importante de empresas: Creación de empleo, contribución al desarrollo
de la región, facilitación de la competencia etc. Y las empresas saben lo
necesarias que son. Es por ello que cuando el parlamento autonómico aprueba una
subida de impuestos a las grandes empresas de la región, para tener así una
mayor recaudación que pueda ir destinada a políticas sociales, estas empresas
pueden decidir trasladarse a una región anexa y pagar menos impuestos. Creando más
paro y llevando a la región a la decadencia económica.
Por
lo tanto, con un plan fiscal internacional se podría poner fin a la
descolonización, a la evasión fiscal en paraísos y se podría lograr una redistribución
de la riqueza mundial que permita hacer de nuestro planeta un paraíso
fundamentado por la igualdad de oportunidades.
Es
la hora de forjar una unión más seria y estable entre los estados. Una unión que
permita construir un único pueblo capaz de hacer real la lucha por el medio ambiente, la erradicación de la desigualdad, la guerra y la corrupción. Es
realmente necesaria la cooperación internacional para trabajar por la paz y la
justicia en un mundo dividido, poluto y egoísta.
Tenemos
que tener en cuenta que construir un único pueblo no significa de ningún modo
la homogeneización de los diversos pueblos y culturas, ni tampoco que
desaparezcan las soberanías nacionales, pero sí que se auto limiten en lo
necesario. Cómo mundialista insisto, pues, en el respeto a la entidad y a la
integridad de cada persona en la toma de conciencia de los problemas actuales y
en el desarrollo de una actitud cívica y solidaria hacia los demás.
El mundialismo no engloba un odio
hacia la patria propia o el lugar donde se ha nacido o donde se reside. Al
contrario de esto, un mundialista desea la prosperidad en dicho lugar. Lo que
ocurre es que en su mentalidad creerá que la mejor forma de conseguir
prosperidad en la patria es consiguiendo prosperidad en el mundo, de forma que la
patria será próspera.
Nosotros
creemos en la unidad desde la diversidad, porque el mundo o es uno o no será.