Antes de empezar quisiera decir que no vengo a repartir
carnés, cada uno defiende sus ideas y tiene sus motivos para sostenerlas, así
que lo que voy a hacer es simplemente tratar de argumentar mi postura. Así
mismo, en ningún momento tendré la intención de dar órdenes a nadie, solo
propondré lo que considero mejor.
Recientemente ha surgido un tema de debate entre liberales
motivado por una encuesta en Twitter del siempre agudo Juanma del Álamo. En
ella hacía la siguiente pregunta: “¿Qué país es más liberal?”. Como respuesta
había dos opciones: a) uno que permita el burka, b) uno que prohíba el burka.
Al responder, vi sorprendido que la mayoría optó por la segunda respuesta.
Discutiendo con algunos de los que marcaron dicha respuesta,
el argumento mayoritario era que el burka oprimía a la mujer. Quiero señalar
que ninguna de las opciones consistía en imponer el burka (como sí se hace en
algunos lugares del mundo), es decir, que no se trata de una imposición legislativa.
En ese caso, deben de referirse a que la reprime por medio de una imposición
social.
Analicemos esto. Podemos decir que un acto es fruto de una
imposición social cuando se realiza contra las preferencias personales en busca
de aceptación de los demás. Podría poner un ejemplo occidental de esto mismo (aunque
menos represivo). Ese ejemplo es la depilación femenina. Con la de insultos,
críticas y rechazo que reciben las mujeres que deciden no depilarse no debería
quedar duda de que entra dentro de lo que podemos considerar imposición social.
Sin embargo, nadie pide prohibir ni obligar la depilación, ni obligar a los
demás a que les gusten las piernas o las axilas peludas. Se trata de tolerar a
quien decide libremente sobre su cuerpo e intentar promover esta tolerancia.
En última instancia, cualquiera de estos actos es una
decisión personal, en el que cada uno sopesa las ventajas y los inconvenientes
de realizarlo. En el caso del burka, dentro de una sociedad libre, insisto, no
en una teocracia, sería como quien decide vestirse de una forma u otra. Si
creen que un marido musulmán controlador obliga a su mujer a llevar burka,
piensen que existen parejas controladoras occidentales prohíben de algún modo a
sus novias llevar escotes o minifaldas (algunos usando el
mismo argumento, que esa ropa las denigra).
Una explicación posible que encuentro a estas ganas de
prohibir el burka es el hecho de que pertenece a una cultura que nos resulta
ajena. Es hasta cierto punto comprensible que, de entrada, algo tan diferente y
extraño para nosotros nos cause rechazo, pero tenemos la capacidad de pensar
fríamente: no nos hace ningún daño.
Podríamos argüir que el burka dificulta identificar a
criminales que lo lleven, pero eso conllevaría prohibir también las máscaras en
carnaval, las capuchas de los nazarenos en Semana Santa, etc. En cualquier
caso, ese sería otro debate.
Pensemos entonces en elementos más cercanos a nuestra cultura
que están más normalizados. Por poner un ejemplo, los hábitos de las monjas. De
hecho, en este caso, lo llevan también por motivos religiosos. ¿Están siendo
oprimidas por su religión y por tanto hay que prohibirles llevar ese tipo de
vestimenta? No creo que si en aquella encuesta se hubiera preguntado esto la
respuesta mayoritaria hubiese sido afirmativa.
Por tanto, si nos parece mal, deberíamos hacer (y yo tal vez me
sumaría) lo mismo que he tratado de explicar con el caso de la depilación
femenina: promover la libertad de elección, decirles que no tienen por qué
llevar la cara tapada, que serán más felices sin no se esconden… o cualquier
cosa que se nos ocurra. Al fin y al cabo, si creemos que quienes lo llevan son
personas ciegas que están atadas sin ser realmente conscientes, lo que no
podemos hacer es obligarlas a ver, tienen que descubrirlo por sí mismas. Como
toda ley con carácter coercitivo que pretende inducir una conducta moral, puede
tener consecuencias contrarias a las pretendidas, entre otras razones, por
aquellos individuos afectados que no comprenden ese ataque a su forma de vida.
Esta polémica se ha reavivado en los Juegos Olímpicos tras el
duelo de vóley playa femenino entre Egipto y Alemania. La indumentaria de las
jugadoras egipcias contrastaba con el tradicional bikini de las alemanas, pues
les cubría una mayor parte del cuerpo y llevaban hijab (un pañuelo que cubre la
cabeza pero deja ver la cara). De nuevo, prohibirles ir así no es ninguna
solución. El problema está en qué les dirían o harían en su país de origen si
fueran con un vestuario similar al de sus contrincantes. Es decir, el problema
está en el país que obliga a llevarlo, no en el que lo permite. Por ello
considero que lo que hay que hacer es apoyarlas y respetar su libertad. El
propio deporte, haciendo que se relacionen con distintas culturas, puede
llevarlas a cambiar de opinión (y si no, seguiría siendo respetable).
El liberalismo se ha caracterizado por defender una sociedad
diversa, y para ello debemos aceptar que no todo el mundo tiene el mismo modo
de vida. De hecho, en el pasado nuestra propia sociedad era mucho menos libre
en numerosos aspectos, y no fue a base de prohibiciones como consiguió
liberarse. Como diría un grande como Walter Castro, tenemos que intentar ir
siempre hacia más tolerancia. Esto no implica que no debamos defendernos en
caso de ser atacados, sino que no debemos atacar a aquellos que piensan
diferente.
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