miércoles, 10 de agosto de 2016

Tolerancia y libertad de elección

Antes de empezar quisiera decir que no vengo a repartir carnés, cada uno defiende sus ideas y tiene sus motivos para sostenerlas, así que lo que voy a hacer es simplemente tratar de argumentar mi postura. Así mismo, en ningún momento tendré la intención de dar órdenes a nadie, solo propondré lo que considero mejor.

Recientemente ha surgido un tema de debate entre liberales motivado por una encuesta en Twitter del siempre agudo Juanma del Álamo. En ella hacía la siguiente pregunta: “¿Qué país es más liberal?”. Como respuesta había dos opciones: a) uno que permita el burka, b) uno que prohíba el burka. Al responder, vi sorprendido que la mayoría optó por la segunda respuesta.
Discutiendo con algunos de los que marcaron dicha respuesta, el argumento mayoritario era que el burka oprimía a la mujer. Quiero señalar que ninguna de las opciones consistía en imponer el burka (como sí se hace en algunos lugares del mundo), es decir, que no se trata de una imposición legislativa. En ese caso, deben de referirse a que la reprime por medio de una imposición social.

Analicemos esto. Podemos decir que un acto es fruto de una imposición social cuando se realiza contra las preferencias personales en busca de aceptación de los demás. Podría poner un ejemplo occidental de esto mismo (aunque menos represivo). Ese ejemplo es la depilación femenina. Con la de insultos, críticas y rechazo que reciben las mujeres que deciden no depilarse no debería quedar duda de que entra dentro de lo que podemos considerar imposición social. Sin embargo, nadie pide prohibir ni obligar la depilación, ni obligar a los demás a que les gusten las piernas o las axilas peludas. Se trata de tolerar a quien decide libremente sobre su cuerpo e intentar promover esta tolerancia.

En última instancia, cualquiera de estos actos es una decisión personal, en el que cada uno sopesa las ventajas y los inconvenientes de realizarlo. En el caso del burka, dentro de una sociedad libre, insisto, no en una teocracia, sería como quien decide vestirse de una forma u otra. Si creen que un marido musulmán controlador obliga a su mujer a llevar burka, piensen que existen parejas controladoras occidentales prohíben de algún modo a sus novias llevar escotes o minifaldas (algunos usando el mismo argumento, que esa ropa las denigra).

Una explicación posible que encuentro a estas ganas de prohibir el burka es el hecho de que pertenece a una cultura que nos resulta ajena. Es hasta cierto punto comprensible que, de entrada, algo tan diferente y extraño para nosotros nos cause rechazo, pero tenemos la capacidad de pensar fríamente: no nos hace ningún daño.

Podríamos argüir que el burka dificulta identificar a criminales que lo lleven, pero eso conllevaría prohibir también las máscaras en carnaval, las capuchas de los nazarenos en Semana Santa, etc. En cualquier caso, ese sería otro debate.

Pensemos entonces en elementos más cercanos a nuestra cultura que están más normalizados. Por poner un ejemplo, los hábitos de las monjas. De hecho, en este caso, lo llevan también por motivos religiosos. ¿Están siendo oprimidas por su religión y por tanto hay que prohibirles llevar ese tipo de vestimenta? No creo que si en aquella encuesta se hubiera preguntado esto la respuesta mayoritaria hubiese sido afirmativa.
Por tanto, si nos parece mal, deberíamos hacer (y yo tal vez me sumaría) lo mismo que he tratado de explicar con el caso de la depilación femenina: promover la libertad de elección, decirles que no tienen por qué llevar la cara tapada, que serán más felices sin no se esconden… o cualquier cosa que se nos ocurra. Al fin y al cabo, si creemos que quienes lo llevan son personas ciegas que están atadas sin ser realmente conscientes, lo que no podemos hacer es obligarlas a ver, tienen que descubrirlo por sí mismas. Como toda ley con carácter coercitivo que pretende inducir una conducta moral, puede tener consecuencias contrarias a las pretendidas, entre otras razones, por aquellos individuos afectados que no comprenden ese ataque a su forma de vida.
Esta polémica se ha reavivado en los Juegos Olímpicos tras el duelo de vóley playa femenino entre Egipto y Alemania. La indumentaria de las jugadoras egipcias contrastaba con el tradicional bikini de las alemanas, pues les cubría una mayor parte del cuerpo y llevaban hijab (un pañuelo que cubre la cabeza pero deja ver la cara). De nuevo, prohibirles ir así no es ninguna solución. El problema está en qué les dirían o harían en su país de origen si fueran con un vestuario similar al de sus contrincantes. Es decir, el problema está en el país que obliga a llevarlo, no en el que lo permite. Por ello considero que lo que hay que hacer es apoyarlas y respetar su libertad. El propio deporte, haciendo que se relacionen con distintas culturas, puede llevarlas a cambiar de opinión (y si no, seguiría siendo respetable).


El liberalismo se ha caracterizado por defender una sociedad diversa, y para ello debemos aceptar que no todo el mundo tiene el mismo modo de vida. De hecho, en el pasado nuestra propia sociedad era mucho menos libre en numerosos aspectos, y no fue a base de prohibiciones como consiguió liberarse. Como diría un grande como Walter Castro, tenemos que intentar ir siempre hacia más tolerancia. Esto no implica que no debamos defendernos en caso de ser atacados, sino que no debemos atacar a aquellos que piensan diferente.

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