sábado, 18 de julio de 2015

La dignidad de las minorías

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      Muchas son las siglas que representan partidos políticos de los llamados minoritarios. Minoritarios porque tienen pocos afiliados. Minoritarios porque tienen aun menos militantes. Distinción esta nada baladí. Minoritarios porque no tienen representación institucional, o la tienen testimonial. Minoritarios porque no tienen ayudas económicas del Estado. Todos y cada uno de estos motivos está íntimamente ligado con los demás. Podríamos decir, en definitiva, que el “minoritismo” en el que viven estos partidos es un suelo de aguas movedizas que hace casi imposible, en una situación económico-social estable, medrar, ascender, ganar.

      No es nada extraño que un partido como Izquierda Anticapitalista tuviese que diseñar una estrategia para dejar de ser minoritario. Una estrategia nada tonta, al revés, bastante razonada e inteligente de convergencia programada y que dio como resultado lo que actualmente conocemos como PODEMOS. Izquierda Anticapitalista tenía imposible salir por sí misma del ostracismo. Milagros como este son casi imposibles de lograr. Otro ejemplo sería, por ejemplo, y hablo desde la ignorancia de su proceso real, el de Amanecer Dorado. Un movimiento bastante longevo, pero que necesitó de una situación tremendamente inestable para poder alcanzar cuotas de representación respetables. De nuevo, sólo circunstancias extraordinarias producen la posibilidad, nunca la certeza, de alcanzar un espacio político más o menos amplio.
      Sin embargo, para que esto ocurra, no sólo son necesarios el contexto y la estrategia adecuada, sino que es fundamental una militancia comprometida. Para otro momento dejo el tema de qué sea una militancia comprometida. Lo que nos interesa ahora es precisamente lo contrario, es decir, los afiliados que a las primeras de cambio, cuando ciertos fuegos fatuos aparecen en el estrado de lo político, fuegos que prometen alternativa o éxito, se marchan de la que era su casa y se cambian, como se dice vulgarmente, la chaqueta.
      Esto implica muchas cosas en ese chaquetero. En primer lugar, el grado de compromiso ínfimo que esa persona había adquirido. Algo a lo que tenía derecho, ya que cualquier persona tiene derecho a participar de un partido al nivel que crea conveniente. Por otro lado, el nivel de formación doctrinal que el ex afiliado debía tener. Cuando alguien deja un partido con una personalidad ideológica y doctrinal fuerte, muy particular, para irse a otro partido de un cariz muy distinto, caben dos modos de interpretarlo. O el ex afiliado tenía una formación nula de las ideas que supuestamente defendía y hacía propias, o el ex afiliado ha cambiado su espectro ideológico, algo muy respetable siempre que se trate de un cambio concienzudo y estudiado. El problema es que estos "transfuguismos" suelen darse cuando un partido nuevo, tras fundarse, resulta que  tiene una serie de inversores que permiten su rapidísimo crecimiento. Esto hace que dudemos de que el cambio de partido se deba a un cambio ideológico y sea más propio de un cambio de interés.
      Pero, ¿qué ocurre tras el fracaso del nuevo partido? Pues el fracaso suele darse, como el ejemplo de UPyD ha hecho patente. En cuanto al ex afiliado ya nos parece irrelevante, pero en cuanto al antiguo partido al que perteneció, queda claro que su existencia sigue vigente, su lucha, siempre complicada, con los mismos y nuevos afiliados ilusionados por un proyecto verdaderamente alternativo.

      Hablamos de que esa minoría fiel es una minoría seria. Seria en el sentido de que no defrauda a sus ideas mientras sean las suyas. Hablamos de que los afiliados que no cambian según sople el viento demuestran que existe eso que he llamado la dignidad de la minoría, que es como decir la dignidad del afiliado, la dignidad de la integridad, la dignidad de la fe.

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