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No
es nada extraño que un partido como Izquierda Anticapitalista tuviese que
diseñar una estrategia para dejar de ser minoritario. Una estrategia nada
tonta, al revés, bastante razonada e inteligente de convergencia programada y que
dio como resultado lo que actualmente conocemos como PODEMOS. Izquierda
Anticapitalista tenía imposible salir por sí misma del ostracismo. Milagros
como este son casi imposibles de lograr. Otro ejemplo sería, por ejemplo, y
hablo desde la ignorancia de su proceso real, el de Amanecer Dorado. Un
movimiento bastante longevo, pero que necesitó de una situación tremendamente
inestable para poder alcanzar cuotas de representación respetables. De nuevo,
sólo circunstancias extraordinarias producen la posibilidad, nunca la certeza,
de alcanzar un espacio político más o menos amplio.
Sin
embargo, para que esto ocurra, no sólo son necesarios el contexto y la estrategia
adecuada, sino que es fundamental una militancia comprometida. Para otro
momento dejo el tema de qué sea una militancia comprometida. Lo que nos
interesa ahora es precisamente lo contrario, es decir, los afiliados que a las
primeras de cambio, cuando ciertos fuegos fatuos aparecen en el estrado de lo
político, fuegos que prometen alternativa o éxito, se marchan de la que era su
casa y se cambian, como se dice vulgarmente, la chaqueta.
Esto
implica muchas cosas en ese chaquetero. En primer lugar, el grado de compromiso
ínfimo que esa persona había adquirido. Algo a lo que tenía derecho, ya que
cualquier persona tiene derecho a participar de un partido al nivel que crea
conveniente. Por otro lado, el nivel de formación doctrinal que el ex afiliado
debía tener. Cuando alguien deja un partido con una personalidad ideológica y
doctrinal fuerte, muy particular, para irse a otro partido de un cariz muy
distinto, caben dos modos de interpretarlo. O el ex afiliado tenía una
formación nula de las ideas que supuestamente defendía y hacía propias, o el ex
afiliado ha cambiado su espectro ideológico, algo muy respetable siempre que se
trate de un cambio concienzudo y estudiado. El problema es que estos "transfuguismos" suelen darse cuando un partido nuevo, tras fundarse, resulta que tiene una serie de inversores que permiten su
rapidísimo crecimiento. Esto hace que dudemos de que el cambio de partido se
deba a un cambio ideológico y sea más propio de un cambio de interés.
Pero,
¿qué ocurre tras el fracaso del nuevo partido? Pues el fracaso suele darse,
como el ejemplo de UPyD ha hecho patente. En cuanto al ex afiliado ya nos
parece irrelevante, pero en cuanto al antiguo partido al que perteneció, queda
claro que su existencia sigue vigente, su lucha, siempre complicada, con los
mismos y nuevos afiliados ilusionados por un proyecto verdaderamente
alternativo.
Hablamos
de que esa minoría fiel es una minoría seria. Seria en el sentido de que no
defrauda a sus ideas mientras sean las suyas. Hablamos de que los afiliados que
no cambian según sople el viento demuestran que existe eso que he llamado la
dignidad de la minoría, que es como decir la dignidad del afiliado, la dignidad
de la integridad, la dignidad de la fe.
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